Revista Humanismo Digital by Jot Down
Presentación jueves 19 de diciembre a las 18h Madrid Innovation Lab
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En una fría tarde de diciembre, París recupera a su dama. Notre Dame, majestuosa en su estoicismo gótico, una presencia que ha perdurado a través de revoluciones y guerras, vuelve a abrir sus puertas. Su resurrección llega cinco años después del incendio que la dejó marcada, un evento que atrapó al mundo frente a las pantallas, donde la tragedia se desplegó con la precisión fría de la alta definición. Hay algo profundamente inquietante, casi absurdo, en esta fijación contemporánea por observar el sufrimiento a través de los píxeles. Las llamas consumiendo su aguja, los bomberos luchando contra un enemigo implacable, todo reducido a un espectáculo bidimensional, tan próximo a nosotros y, a la vez, tan distante como un sueño del que no podemos despertar.
Pero no nos engañemos: Notre Dame no regresa igual. Nada lo hace. A sus muros reconstruidos se adhieren capas invisibles de algoritmos, un entramado digital tan intrincado como sus gárgolas. Los modelos 3D, los escaneos láser, los planos almacenados en servidores del tamaño de pequeñas ciudades… Esta Notre Dame es tanto un monumento como un archivo, una amalgama de piedra y datos, una prueba de que incluso el alma de la historia puede traducirse en código.
Y con esta nueva catedral, nace una nueva cabecera Humanismo digital by Jot Down, una revista que, como Notre Dame, busca conectar lo humano con lo inhumano, lo tangible con lo intangible, lo eterno con lo efímero. Desde sus primeras páginas, la publicación se lanza de cabeza a esta contradicción: el progreso que nos enorgullece y nos asfixia al mismo tiempo. La portada y el reportaje de Pedro Ortega Ventureira sobre la reconstrucción de la catedral no es solo un homenaje a las maravillas de la ingeniería moderna, sino también una meditación sobre nuestra obsesión por inmortalizar lo que, por su propia naturaleza, está destinado a desaparecer.
Porque, después de todo, ¿qué es Notre Dame sino un recordatorio de nuestra fragilidad? Nos aferramos a sus muros, a sus vitrales, a sus quimeras, como si al salvarla pudiéramos salvarnos también. Pero cada ladrillo digitalizado, cada escaneo láser, no es más que una copia. Una réplica precisa, sí, pero desprovista de esa cualidad inefable que solo tiene lo real. En este sentido, la Notre Dame digital es un espejo de nuestra época: una realidad aumentada que no puede evitar reducirse.
Rubén Díaz Caviedes firma un artículo titulado «De circos romanos y máquinas del tiempo de bolsillo», donde con aguda claridad analiza cómo la tecnología moderna convierte la historia en una experiencia interactiva y casi lúdica. Su texto nos revela cómo las herramientas digitales, ya sean videojuegos, aplicaciones o entornos virtuales, configuran una relación distinta con el pasado, transformándolo en un espacio habitable y accesible. «Y el derrape de cuadrigas, el restallido de los látigos y el rugir de los aficionados en las gradas volverán a oírse en Álava dos mil años después» escribe, trazando un puente entre el presente y un pasado que, gracias a estas tecnologías, se despliega como un paisaje accesible, una máquina del tiempo en el bolsillo de cualquiera.
El autor, con su estilo característico que combina reflexión y una pizca de ironía, compara el entusiasmo actual por las tecnologías inmersivas con el fervor que los romanos sentían por los espectáculos públicos en sus circos. En ambos casos, argumenta, se trata de un intento de trascender las limitaciones del presente: los romanos buscaban entretenimiento y escape; nosotros, una inmersión en mundos perdidos o futuros imposibles. Díaz Caviedes también señala los riesgos de esta tendencia, como la posibilidad de que las experiencias digitales simplifiquen o distorsionen la complejidad histórica. Sin embargo, celebra cómo estas tecnologías democratizan el acceso al conocimiento, permitiendo que cualquiera pueda, con un dispositivo en el bolsillo, viajar en el tiempo y experimentar la historia de maneras antes impensables.
Por supuesto, Humanismo digital by Jot Down no se detiene en la nostalgia. Es una revista que se enfrenta a las preguntas incómodas. ¿Qué hacemos con la inteligencia artificial que puede escribir poemas, componer sinfonías y replicar la voz de un cantante muerto hace décadas? En «Inteligencia artificial vs. propiedad intelectual», Pascual Barberán Molina disecciona este dilema con la precisión de un cirujano: ¿puede una máquina ser artista? ¿Quién se apropia de lo creado por algo que no puede siquiera apropiarse de sí mismo? Hay algo profundamente irónico en todo esto. Una inteligencia artificial que imita la creatividad humana es como un loro que recita a Shakespeare. Sí, es impresionante. Pero no es arte. Y sin embargo, estamos rodeados de loros. Vivimos en una era de réplicas: réplicas de catedrales, réplicas de mentes, réplicas de vidas. Todo puede clonarse, menos lo que realmente importa.
En «El nuevo cerebro tras la educación del futuro», Irene Isabel Fernández nos lleva al aula del mañana, donde los profesores son algoritmos y los alumnos, bases de datos en potencia. Es un panorama fascinante y aterrador. La personalización del aprendizaje promete convertir a cada estudiante en un genio, pero ¿a qué costo? ¿Qué ocurre con la creatividad cuando todo está predicho, optimizado, cuantificado?
Y luego está la gamificación. La idea de que un videojuego como Assassin’s Creed Unity, con su recreación obsesivamente detallada de Notre Dame, puede ser una herramienta para la preservación cultural es tan ridícula como brillante. Millones de jugadores han explorado la catedral desde sus salas de estar, subiendo y bajando sus torres virtuales como si fueran turistas del metaverso. Pero, ¿realmente entendemos lo que significa un lugar cuando lo experimentamos a través de un joystick? O, más bien, ¿hemos reducido nuestra comprensión del mundo a lo que cabe en una pantalla?
Humanismo digital by Jot Down también mira hacia el futuro con un escepticismo saludable. En «Transhumanismo, la utopía confortable», Álvaro Corazón Rural desmenuza la promesa —y el peligro— de un mundo en el que la biología y la tecnología se fusionan en un Frankenstein posmoderno. Sus palabras no son las de un ludita nostálgico, sino las de alguien que reconoce la seductora complejidad de los avances tecnológicos, pero que no puede evitar cuestionar el precio que podrían exigirnos. Corazón Rural plantea preguntas que no buscan respuestas fáciles: ¿realmente queremos vivir más tiempo si eso significa renunciar a nuestra humanidad? ¿Estamos preparados para un futuro donde nuestras mentes y cuerpos se conviertan en terrenos de experimentación, fragmentados entre lo biológico y lo artificial? Más allá de los titulares rimbombantes sobre la superación de los límites humanos, el artículo cuestiona si ese supuesto progreso es en realidad un nuevo pacto fáustico, una entrega de lo más esencial en busca de algo que, al alcanzarlo, podría revelarse vacío.
El autor también nos advierte «Hay que dejar atrás esa senda de utilitarismo tecnocéntrico, dice, donde el valor de una acción se mide en términos de maximización de capacidades físicas o cognitivas a través de medios tecnológicos, y no reducir el bienestar humano a mejoras cuantificables en el rendimiento». En un mundo transhumanista, ¿qué queda de la imperfección, de la pausa, del error? ¿Es deseable una existencia donde la inteligencia sea un producto optimizado y no un proceso vivencial? Corazón Rural observa con inquietud cómo los ideales del transhumanismo parecen disolver los límites que nos hacen humanos, desde la mortalidad hasta la vulnerabilidad, reemplazándolos con un simulacro de perfección que podría aniquilar precisamente aquello que da sentido a la vida. La pregunta que subyace al texto no es tanto si podemos hacer de la humanidad algo mejor, sino si deberíamos intentarlo. En su lúcido análisis, Corazón Rural no da respuestas definitivas, pero sugiere que tal vez lo más humano que podamos hacer sea aceptar nuestras propias limitaciones en lugar de intentar borrarlas. ¿Queremos ser dioses, o seguimos dispuestos a ser humanos? El artículo no da tregua, y esa es precisamente su virtud.
La revista no tiene todas las respuestas. Pero tampoco las necesita. Su misión no es ofrecer certezas, sino sembrar dudas, incomodarnos, arrancarnos de la cómoda banalidad del progreso ciego. Lo consigue con un equilibrio insólito de rigor académico y una inquietante curiosidad literaria, una mezcla que evoca a aquellos ensayistas que sabían que las mejores respuestas no cierran puertas, sino que abren corredores oscuros hacia nuevas preguntas.
La reapertura de Notre Dame es un símbolo de esperanza, sí, pero también de advertencia. Nos recuerda que la historia es frágil, que todo lo que construimos puede desaparecer en un instante. Y nos recuerda, también, que la tecnología no es un salvavidas, sino una herramienta. Como cualquier herramienta, puede usarse para crear o para destruir. Al final, Notre Dame renace. Pero no es la misma. Y nosotros, los que la miramos con reverencia renovada, tampoco lo somos. Tal vez eso sea lo que hace que valga la pena. No la catedral en sí, sino lo que representa: nuestra capacidad de reconstruir, de resistir, de seguir adelante. Incluso cuando sabemos que todo, tarde o temprano, será polvo.